“El hombre justo no es aquel hombre que no
comete injusticia, sino es aquel que pudiendo ser injusto no quiere serlo.”
Al
ver esta tarjeta, no entendí lo que significaba ¿Cómo conoce a Maribel?, ¿Quién
es ese tipo bigotudo? Me senté de nuevo en mi asiento a esperar otras cinco
largas horas tratando de responder estas preguntas ¿Me están siguiendo? no
puedo interrogarme más, debo tomar un café para despejar mis ideas y leer lo
que aparece publicado en la primera plana del periódico. “Héroes”.
Mientras
leo algunos reportajes, trato de averiguar quiénes son estos niños, quizás sean
verdaderamente policías encubiertos y que tratan de tapar una noticia aún más
grande. Como tal vez son tipos estúpidos tratando de hacerse famosos. Los
minutos pasan, y en un abrir y cerrar de ojos, ya son las 6 a.m. Mi ómnibus
parte dentro de cinco minutos, lo abordo y me coloco al costado de la ventana,
en eso veo pasar a dos sujetos con gorra y se ven sospechosos de algo, van de
manera apresurada a los últimos asientos, y ya sé porque, ambos tienen armas de
corto alcance en sus bolsillos, tal parece que este viaje, será divertido.
Llegaré
a Lima dentro de 6 horas, pero esos tipos de las armas aún siguen sin moverse,
ni para ir al baño. Llegamos al paradero en la ciudad de Trujillo, una hermosa
ciudad, cuna de la marinera, y hogar de muchos malandrines que debo eliminar, y
me ocupare en otro momento. El ómnibus sigue su recorrido, no he dormido nada
en todo el viaje, solo he pensado en que haré cuando llegué a la capital.
El
ómnibus interprovincial se detuvo en un paradero desconocido, y subió una
señora con una bolsa grande de mercado, las personas dormían, aunque el sol ya
se puso en el medio del cielo. Los tipos del fondo se levantaron y sacaron sus
pistolas, el momento de su atraco llegó, lastimosamente, no esperaban que el “Asesino
del norte” también estuviese en su robo.
Apuntaron
a los pobres pasajeros, tan asustados y temerosos de morir en ese instante, por
mí, que los mataran a todos, sin importar a los niños. Uno de los maleantes se
acercaba amenazando con el arma, mientras el otro guardaba todo en la bolsa de
la señora que recién subió al ómnibus, era parte de ese grupo. Cuando me
apuntaron directo a mi cabeza, le dije que disparara. El ladrón se sorprendió
de mi respuesta, y yo insistí en que jalara del gatillo, el ladrón otra vez
insulto a mi madre y acerco más la punta del arma a mi cabeza.
Un
niño grito por el miedo, el malhechor volteó por unos segundos su cabeza a
donde gritaba el niño, y eso me dio oportunidad de apartar su arma, y golpearlo
directo a su cachete izquierdo, un puñetazo tan fuerte que se golpeó contra la
ventana, el otro tratando de sacar su pistola al ver a su compañero caído, agarre
una de mi pistolas y disparé directo a su mentón, la bala lo atravesó y la
sangre se dispersó entre los pasajeros asustados, y ahora de seguro, traumados.
La
señora bajo del ómnibus, yo la perseguí y les grité a los pasajeros que se
quedaran, el chófer me vio con cara con pánico, le dije que no se moviera hasta
que acabara con ella. Pero, por sorpresa, aparecieron fuera del ómnibus otros
cuatro ladrones, dos de hechos con fusiles, intentaron matarme disparando
contra el ómnibus, fallaron, y disparé contra ambos sin resultar herido,
abandoné mis pistolas por un momento, para dar un puñetazo a uno, y al otro una
patada en el estómago, con dos menos, solo quedaba la señora que trataba de
huir, le lancé uno de los fusiles directo a sus piernas, causando su caída en
el piso y quejas de dolor.
Me
acerqué a ella, saqué un cuchillo pequeño oculto en la media de mi zapatilla
izquierda, agarré con fuerza su cabello hacia atrás, y me dispuse a cortarle el
cuello, pero, al voltear al ómnibus, el niño que grito la salvo por unos
segundos, me miró con un rostro sin emoción, pálido, triste ¿Por qué? Es que,
sentía lastima por quienes agredieron a sus padres, con esta escena, no pude matar
a la señora, solo la golpeé para dejarla inconsciente, la única sobreviviente
de su grupo, los otros, deben estar quemándose.
Alguien
arrojó mi pequeña maleta fuera del ómnibus, y partió de inmediato, huyendo de
la escena del crimen, y dejándome a mi suerte en pleno cerro; mierda, me dije
interiormente.
Vi
al lado de la carretera el mar, con neblina acariciando los peñascos, un mar
tan gélido y rígido. Tome mis cosas y me fui lo más pronto posible, antes de
que pasara otro ómnibus, y peor, la patrulla de la policía. Pensé que mi viaje
demoraría aún más, y llegaría como un vago, pero, levante la cabeza a un
letrero que me daba la bienvenida, y como el principio de algo, ahora empezaba.
Ese letrero, es mi meta en lo que queda del año.
“Bienvenido
a Lima”
Una cálida
bienvenida, nada mejor que la sangre de los pecadores en las manos del
sacerdote al ingresar al hogar. Un nuevo hogar.
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